Si hay algo que no deja de sorprendernos en esta Isla de nuestros desengaños, es la Semana Santa. En ese mundo tan heterogéneo nos tropezamos, a veces, con circunstancias que van desde lo sorpresivamente curioso hasta lo más pintoresco.

Todos hemos de estar de acuerdo en que la Semana Santa es el triunfo de todo aquello que entra por los sentidos y, a través de ellos, nos llega al corazón: olores, sabores, sonidos, colores… Y a estos últimos voy a referirme, a los colores. No tengo la certeza de que sea un caso único pero, desde luego, extraño será que se repita en algún otro lugar.

Les cuento: el Lunes Santo recalé con mi familia en Casa del Naca y cuál no sería nuestro asombro al observar que el pan que nos sirvieron era de color rojo; pero vamos, rojo, rojo.

Naturalmente, aquello originó nuestra sorpresa despertando la consiguiente curiosidad y nos faltó tiempo para plantear la lógica pregunta: “¿Y esto, a que se debe?” “¡Hombre -nos respondió sonriente y amable el Churre- como hoy sale el Ecce-Homo el pan es colorao!”.

Que pedazo de arte y de imaginación hay que tener para idear semejante ocurrencia y llevarla a cabo.

Pero ahí no termina la cosa, cuando parecía que iba a dirigirse a la cocina con la comanda, giró sobre sí y con gesto satisfactorio añadió: “Ah, y mañana el pan será verde, por el Huerto y el jueves azul, por Misericordia”.

En fin, las cosas gratas y singulares de nuestra Isla y, muy particularmente, de ese barrio de la Pastora que es la quintaesencia de la sutileza isleña, del gracejo y de la Semana Santa.

Enhorabuena a la querida familia de Casa el Naca que tanto y bien trabajan haciendo las delicias de sus clientes y de sus amigos. Algunos desde toda la vida, ¿verdad Rosa?

José Carlos Fernández Moreno

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